lunes, 18 de agosto de 2014

A propósito del final de The Killing

Fueron veinte días furiosos pero lo logré: vi los 45 capítulos de The Killing. Los últimos seis se estrenaron el viernes primero y a razón de un episodio por día llegué al tan esperado final.

Luego de idas y vueltas fue Netflix la encargada de llevar a la pantalla la última temporada de la serie protagonizada por Mireille Enos y Joel Kinnaman. Fueron sólo seis episodios para dar el cierre al drama que contaba la historia de la detective Sarah Linden y los casos que debía resolver junto al detective Holder.

La primera y la segunda temporada giraban en torno al esclarecimiento del asesinato de Rosie Larsen. En la tercera, el pasado de Linden se hace presente y logra unir los hilos de un caso que creía cerrado. A la participación de Elias Koteas y del gran Peter Saarsgard se suma la dirección de Jonathan Demme en el noveno capítulo que resulta ser el mejor de toda la temporada.

Tan buenas fueron las repercusiones sobre el trabajo del director de El silencio de los inocentes que Demme fue el encargado de dirigir el capítulo que puso punto final en la vida de los detectives. Esta vez tuvieron que investigar sobre el asesinato de una familia entera. El único sobreviviente es uno de los hijos que no recuerda nada de lo que pasó la noche de los crímenes y que quedó bajo la tutela de la directora de la escuela militar a la que asiste, personaje que recayó en Joan Allen.

Y si no vieron la última temporada les recomiendo que dejen de leer esta nota...
Ahora Linden y Holder también deberán afrontar las consecuencias del asesinato de Skinner en el último episodio de la tercera temporada. Reddyck investigará por su parte y llegará al fondo de la cuestión cuando da la orden de drenar el lago y encuentra no sólo el cuerpo de Skinner sino a las otras víctimas que se encontraban desaparecidas. 

Lo interesante de esta última temporada y, sobre todo el último episodio, es la tensión que irá en aumento entre Linden y Holder. Ella no confía y piensa que la futura paternidad de su compañero hará que se quiebre y confiese el crimen. Los desencuentros entre los dos protagonistas crecerán hasta el punto en que uno de ellos desenfundará su arma. 

Y cuando parece que no hay salida y Linden confiesa ante Reddick, aparece en escena el gobernador Richmond con los resultados alterados de la autopsia de Skinner que determinan que el deceso fue a causa de un suicidio y no de los dos disparos efectuados por la detective. La fundamentación es obvia: el gobernador prefiere tener a un policía con honores que cometió un suicidio antes que un asesino muerto a manos de otra policía en un acto de justicia propia.

Linden, asqueada por el manejo político de la cuestión, abandona la sala de interrogatorios ante los ojos de Holder. Sólo deja su placa y no vuelve su mirada atrás. 

Luego de una elipsis, vemos que transcurrieron cinco años y Holder va de la mano de su pequeña hija. Separado de su esposa, la acompaña hasta el micro escolar y se va a su nuevo trabajo. El reencuentro con Linden no se hará esperar y es ahí cuando todo se vuelve claro: él le pide que se quede en Seattle. Linden confiesa que ha sido su único amigo pero que no puede vivir en una ciudad de fantasmas. Los recuerdos son muy dolorosos y no hay lugar para un futuro en el que estén juntos.

Pero como de vez en cuando necesitamos un final feliz, Linden necesita un par de vueltas en el auto para darse cuenta de que no todo está perdido y regresa a los brazos de Holder. De pronto, Seattle deja de ser ese lugar húmedo y oscuro para convertirse en un ambiente menos opresivo y con esperanza. El último plano es de una Linden sonriente, con la determinación de una persona que finalmente ha encontrado su lugar en el mundo y alguien con quién compartirlo. 

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