viernes, 12 de septiembre de 2014

Algunas reflexiones sobre el público argentino

Por Juan Pablo Pugliese



En los últimos años el público de los espectáculos teatrales y cinematográficos ha mutado de manera significativa. Como si la gente fuera al cine a descargarse o a "ser un protagonista más" de la ficción, abundan las carcajadas desmedidas y los comentarios en voz alta. Este relato no salvaje no trata de convertirse en una queja sin fundamento sino que intenta poner de relieve una problemática que, al parecer, se profundizará con el correr del tiempo.

Recuerdo haber visto Tiempo de Valientes en una sala casi vacía. Eramos cinco en total y, si bien Damián Szifrón ya era un tipo reconocido, la película no había tenido tanta publicidad como Relatos Salvajes. Dos días después del estreno fui a Showcase Haedo y compré las entradas para la última película de este director. Como se esperaba quedaban pocas localidades y tuve que sentarme en las butacas laterales de la sala. Sólo me había pasado esto con la última parte de la trilogía de El Señor de los Anillos y de Matrix.

Cuando las luces se apagaron comenzó el show. Pero no estoy hablando de la película sino del público que cada vez más trata de ganar protagonismo y de transformarse en parte del espectáculo.

Por supuesto que uno no es un censor que decide cuándo el público puede reírse, pero hay momentos en Relatos Salvajes que definitivamente no son graciosos. En el segmento protagonizado por Leonardo Sbaraglia hay una escena en la que el personaje lucha desesperadamente por su vida. Como vengo notando desde hace un tiempo, la gente comenzó a reírse de una manera desmedida. Si bien la película cuenta con innumerables momentos de humor negro, esta escena trataba de transmitir otra cosa. 

Luego, en el relato protagonizado por Ricardo Darín, su personaje enfrenta al sistema burocrático y las injusticias que se generan cuando su auto es acarreado por la grúa. La resolución podría ser graciosa  pero no por eso uno está de acuerdo con la decisión que toma el personaje. Lo que hace es ilegal y está mal. 

En una nota del diario Perfil se contaba la experiencia de un abogado que es muy similar a lo que vive el personaje de Szifrón. El cordón no estaba pintado y su auto fue llevado por la grúa. El abogado presentó una demanda y ganó un juicio contra el gobierno de la Ciudad. Por supuesto que esto no podía plasmarse en una película ya que ni los abogados irían a las salas pero es un ejemplo de lo que verdaderamente hay que hacer y aplaudir. 

Hace tiempo que vengo notando un cambio en el comportamiento del público y no es sólo una cuestión de educación, sino que guarda un trasfondo psicológico o sociológico que no pretendo abordar por falta de conocimiento. Pareciera que la mayoría de las personas avala y admira cuando ven a alguien que toma la justicia por mano propia y no distingue que se trata de un guión cinematográfico, una elaboración artística. Lo ven como si se tratara de un documental o de un segmento en el noticiero de las ocho.

Con esta nota no se trata de abordar la problemática desde una óptica sociológica ni mucho menos, pero sí de poner sobre la mesa un tema que se repite cada vez que una nueva película aparece en cartel. Lo relatado más arriba bien podría haber sido un punto de partida para otro segmento de la gran película de Szifrón. Pero en lugar de tomar venganza como habría hecho un personaje de la ficción, prefiero haberle dedicado unas líneas y dejarlo en el ámbito de mi profesión.  


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