sábado, 16 de mayo de 2015

Una cachetada de realismo*

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL CINE DE JOSÉ CELESTINO CAMPUSANO, UN GRAN REALIZADOR NACIONAL QUE ESTE AÑO MUESTRA UNA NUEVA VETA DECIDIENDO RETRATAR POR PRIMERA VEZ LOS DRAMAS DE LA CLASE ALTA CON UNA PROPUESTA ESTÉTICA DIFERENTE 




Un director que a la hora de filmar no se guarda nada. Un realizador sin barreras conceptuales, cuyo fuerte ha sido desde sus inicios el registro crudo de una realidad que pocos conocíamos. José Celestino Campusano es quien imprime en sus cintas una verosimilitud admirable, sitúa al espectador como un gran observador y se anima a jugar con el talento de los no actores para interpretar personajes salidos de los barrios más bajos y peligrosos. Esto, en efecto, es su gran cualidad.

Con una filmografía que lo convierte en uno de los directores más interesantes del cine nacional, hay que estar más que abiertos para recibir y asimilar sus películas. Desde el cuento sobre aquellas tribus urbanas y legendarias que circulan por los suburbios de Buenos Aires en Vikingo (2009) y Fantasmas de la ruta (2013), hasta los avatares de una mujer de 40 años con buen pasar económico que es seducida por un hombre sin escrúpulos que termina arruinando su vida en Placer y martirio (2015).

Listo para salir al ruedo nuevamente con ésta nueva obra que estrenará comercialmente en julio y que dejó su huella en el BAFICI de este año, Campusano es enormemente querido en la escena del cine independiente desde siempre. Los que lo ven o lo encuentran de casualidad en algún festival se le acercan sin vergüenza ni temor; porque éste es un realizador de la gente, muy necesario a la hora de ver buen cine; lo que se dice un autor con todas las letras.

En medio de tanta invasión de directores más afines al cine comercial, cuyo objetivo es captar la mayor cantidad de espectadores posibles, a él se lo escuchó decir por ahí que “el arte no es competitivo”. Su paso por certámenes de todo el mundo no han hecho que Campusano se aferre al estandarte del divismo, sino más bien que su cine logre levantar vuelo cada vez más en una actualidad en la que los tanques de los Estados Unidos pisan muy fuerte en la cartelera.  A pesar de eso, hay cada vez más cinéfilos que recurren a su obra.

Lo interesante del cine de Campusano no es hacer un mero repaso por su filmografía, sino destacar la forma en que el espectador se ve envuelto en ella. Plagadas de personajes turbios, adictos, violentos y sucios, sus películas retratan la erosión progresiva de sus personalidades. Este concepto es implacable y radical, y se puede ver tanto en sus primeras obras como en las últimas. Aunque ya en El perro Molina (2014) se descubre un proceso de transición en cuanto a lo estético -que se materializa aun más en su último film- el director de otra gema emblemática como es Vil Romance (2008) no traiciona sus orígenes.

Podemos decir que el cine de realidad o cinéma vérité nace a partir de la necesidad de ruptura de los cánones clásicos a la hora de filmar. A partir de esta vertiente, se pueden construir historias más descontracturadas dejando de lado las ataduras entre estilo y aspectos narrativos. Así se logra una especie de “realismo subjetivo aumentado” y una mayor expresividad autoral. Así, tal como dice Campusano, en sus películas no hay puesta artificial, no hay nada montado; por ende, no hay lugar para la hipocresía. 

Con los años, José Campusano dejó una gran huella con su cine pero también con su discurso contestatario. Junto a un equipo de trabajo cuyo nombre no es casual (su productora se llama Cinebruto), esboza los principios del docu-ficción con identidad y no defrauda. Absolutamente todos sus films dan testimonio de distintos estratos sociales y, en palabras del crítico de cine Roger Koza, “se ha convertido, sin duda, en un auténtico biógrafo de culturas y subculturas de la provincia de Buenos Aires”.




*Artículo escrito para Revista LLegás (número de Mayo)


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